LA CHANCHA Y LA MÁQUINA DE HACER CHORIZOS

1. ¡Esa «teoría»™ es mía!

Informe de Emmanuel tras ingresar a la casa: una máquina de hacer chorizos, dos máquinas de hacer chorizos, tres máquinas… Fin de la requisa. Prosigamos. En todos los ambientes hay máquinas infernales.
Nuestro pueblo no sale en el último mapa. Los de la Coca Cola lo descubrieron y hace ya varios años que mandan Skanias. Una vez se dio vuelta uno en la ruta y lo trajeron remolcado en una grúa que tardó en llegar al pueblo el doble que cuando el Skania venía solo. Cuando quiero salir a la capital hablo con los choferes y aceptan llevarme si los ayudo a descargar cajones en los pueblos vecinos. Es como pagarle tasa de embarco a los de la terminal. Entonces veo, no, veía, entonces veía cómo se achicaba mi pueblo y notaba que el frigorífico, visto de lejos, parecía una escuela de chanchos: era como ver un laboratorio de sustancias primeras puestas a engordar, los chanchos tenían su campo de concentración. Después iban a pasar por un método choricero, como si la máquina de hacer chorizos fuera un aparato teórico en cuya anterioridad se habían dispuesto las condiciones de posibilidad para que las sustancias se comporten de acuerdo a los fines del frigorífico. Como los recipientes para bebés del museo botánico o las máquinas de la casa de Hebelén, conservas en masa.
Años más tarde con Emmanuel fuimos a estudiar filosofía a capital y aprendimos que se reflexiona con las tripas. Aunque alcance a ser otro licenciado en filosofía, nunca voy a olvidar que los hilitos de los chorizos fueron mi primer argumento. La gente de capital no sabe cómo se hacen los chorizos, por eso usan metáforas: dan vueltas, me sopló Emmanuel en una clase de lógica. A pesar de esta rapidez con que aprendimos a razonar con el estómago, tuvimos que ir a mesas de recuperatorio tantas veces que parecía que la universidad era un vegetariano al que no le caíamos bien.
Basta ya. Eso decía una profesora del secundario: basta ya. Mis compañeros la asustaban en voz alta durante las clases y ella repetía ¡basta ya, basta ya!
Ahora la voy a presentar a Hebelén. Andábamos todo el tiempo juntos, pero también estaba Emmanuel, no, basta de Emmanuel, basta ya, basta ya, a los amigos se los presenta después que las ex novias. Es Logos, al revés sería un delito culposo agravado por el sistema de vigilancia al que, por no sé qué protocolo chabacano, alguna vez bauticé “mi ex novia”.
Yo la acompañaba por el barrio porque no quería que fuera sola. Era para protegerla de violadores, asesinos seriales y automovilistas degenerados pero, en honor a la transparencia y la seriedad de mi relato, confieso que si nos interceptaba uno de estos delincuentes yo sólo iba a cumplir las funciones de un chaleco antibalas, un tablero de basketball, estaba para compartir el momento. Mi caballerosidad era así: compartir cualquier desgracia que estuviera aguardando a Hebelén. Esto es la solidaridad, ocupar junto a los demás su rol de objeto.
Cuando Hebelén me dijo que cortemos nuestro noviazgo, le sugerí que nos acostemos así nos despedíamos como en las películas de la tele. Ella agregó que yo tenía que dejar de mirar películas pornográficas y yo, haciendo a un lado estas diferencias hoteleras, le toqué el pelo y ella usó el argumento falaz de que la anulación del noviazgo no me convertía en su peluquero. ¿Qué te pasa Hebelén, se te subió la histeriqueína? ¿ah? Volví a insinuar la posibilidad hotelera y me gané 3 nudillos de Hebelén. A continuación, la histeriquita se dio a la fuga. Bueno, “histeriquita”… no, no se lo dije, era una niña y las relaciones de pareja son así, eso yo lo entendía, pasa que ahora me acuerdo y como ya no es una niña podemos discutir como los adultos.
Nacemos como lechones, choripanes en «proyecto»™, dije una mañana que estábamos sentados en la vereda de Hebelén. Al frente mirábamos el frigorífico y los chorizos nos hacían pensar. Nos hipnotizaban. Eran nuestra televisión. No agregué nada más, tenía que parecer concentrado, tenía que conquistarla, me hacía el Sartre. Tenía muchas ideas para seducirla, no eran grandes ideas, yo no era Sartre, pero no podía negar mi ello, y éste largaba una baba y otra baba y a eso Hebelén le decía reflexiones masculinas.
Estábamos en la platea del pueblo, todo lo que ocurría en el frigorífico era clave. Los chanchos eran nuestro destino. Incluso había una tarotista que no creía en las cartas y que consultaba los chanchos. Si tenía que aparecer la figurita de la Muerte, uno de los chanchos que intervenían en la sesión caía muerto. No tiraba las cartas, tiraba chanchos. Si el que había consultado a la tarotista y le salió la Muerte quería más información, tenía que pagar un plus así lo consultaban al veterinario.
La sustancia de los chanchos se usaba para fabricar toda clase de embutidos. Esa era la cadena de producción: venían caravanas de la ciudad a comprar chorizos y se los llevaban como productos empíricos. Porque el capitalismo necesita realidad ontológica, no comercia con duendes. Pero nosotros sabíamos cómo fallecían los productos. Los chanchos primeros que se usaban para justificar el negocio, eran cartas de tarot. Eso ligaba a los hombres: ser ciudadanos productivos, pero los chanchos también eran productivos, así que un día no me sorprendería que vengan a pedirnos la ciudadanía. En mi infancia conocí que a los chorizos hay una gran cantidad de adultos que los manosean, para justificarlos.
Nacemos como lechones, choripanes en «proyecto»™, volví a decir. Después Hebelén dijo que tenía hambre, Emmanuel la miró inmediatamente -para estudiar si el de Hebelén era un sentimiento sacado de mi reflexión-, y cuando Hebelén se dio cuenta de la secuencia asquerosa que se le armó con lo que yo venía diciendo, hizo una cara de espanto y creo que estuvo como una semana evitando mirarme la barriga. Yo era un niño común, comía mucho.
Estábamos pensando estas cosas teóricas. En eso se abrió el portón del frigorífico del frente, entraba un rastrojero a toda marcha con chanchos haciendo coro. Los chanchos cuando están por morirse hacen eso, dijo Emmanuel, se mueren. Están para la muerte. Y encima cantan. Nosotros también, dije yo que hablaba en términos genéricos, o sea de la «humanidad»™, y en verdad nosotros empezábamos a hacerlo, todo: ¿para qué ir a estudiar filosofía si adentro teníamos lo mismo que los chanchos? Vos querés decir que se mueren porque primero “cantan”, ves muchas películas de mafiosos, Emmanuelcito. Se lo dije porque él había acaparado la atención de Hebelén, y bueno, nada, yo también tenía que aparecer. Éste Emmanuel no podía superarme, Hebelén tenía que quedarse con la impresión mía. Emmanuel a veces no era un amigo, era un mamífero trotando a mi lado. Sí, eso es la amistad masculina: un hipódromo.
Hebelén dijo estoy harta de las cosas teóricas –los chanchos cantaban al fondo-, justo cuando uno de los obreros víctimas de la explotación capitalista ataba con una piola la larga tripa que se había llenado con restos de chancho. Emmanuel se paró y pensó un rato más, entretenido en la escena del rastrojero lleno de chanchos. Son chorizos, en teoría, dijo Emmanuel. Y Hebelén lo felicitó por la astucia. Así es, Hebelén se puso contenta con la astucia “de Emmanuel”… ¿yo qué iba a decir? Me puse a vigilar a mis dos contrincantes, a veces la gente es una basura. ¡A mí se me había ocurrido eso, yo había dicho hacía un rato: “nacemos como lechones, choripanes en «proyecto»™”, yo! Me acomodé y ahora la trataba de controlar a Hebelén porque era como que ella lo felicitaba a Emmanuel para burlarse de mí y entonces me preguntó qué te pasa y moví las manos para que ella sola complete la respuesta ¡porque seguro que ya sabía qué me pasaba! ¡Esa teoría es mía, Emmanuel! Emmanuel hacía trampa, era algo de amigos, de mamíferos, no señor, si nuestra amistad era un hipódromo a este animalito había que meterle un antidoping. Aparté mi diplomacia y le grité a estas basuritas: ¿qué estuviste tomando, Emmanuel? ¡Reconocé que esa teoría es mía! Es cierto que no dije “en teoría”, pero todos los elementos encajan, argumentaba mirando a toda mi audiencia. Acá lo importante es la idea de potencia: choripanes-que-no-llegaron-al-acto, Emmanuel, ¡basta ya Emmanuel! Era una reflexión mía, te fuiste a la bosta. Siempre hay cositas teóricas entre nosotros, Emmanuel, basta ya. ¿Y, Hebelén? ¿no ves cómo me pone?
Pero no quiero que caigamos en una crisis nerviosa grupal, ustedes tienen que saber que no les guardo rencor, no tienen que sentirse culpables, no los voy a cargar con mis problemitas, ¡voy a tranquilizarme Emmanuel!… ahora que encuentre el frasquito, la pastillita la tenía que tomar a las siete. ¿Vos no sabrás Emmanuel a dónde me lo dejé, ah? ¿vos que sabés tantas cosas? ¡A dónde me lo dejé en teoría al frasquito Emmanuel!
A lo que voy, Emmanuel, Hebelén, es que “en teoría”, “en potencia” y “en proyecto” están vinculadas a lo que yo llamo: ¡mis innovaciones léxicas! ¡no las tuyas Emmanuel! ¡vos hacete las tuyas hijo de puta!
Emmanuel se miró con Hebelén y me dijo que entonces lo había dicho yo. ¿“Entonces”? ¿“entonces” qué, basurita?, le grité fastidiado porque si unos años más tarde Emmanuel hubiera estudiado psicología en vez de filosofía, habría sido un gran torturador, o un veterinario, uno de esos veterinarios que los estafan en los hipódromos para que los droguen a los caballos. Me voy a comprar uno, me voy a comprar un caballito bien pedorro ¡y le pongo Emmanuel de nombreajajaja!
¿Entendiste Emmanuel? ¿?
¿Emmanuel?